2 de agosto de 2007

El ojo de un pez azul

El ojo de un pez azul que con su tic-tac hace pasar las horas, el roce permanente del velamen contra el viento, las humedades del trópico de cáncer y el paso por el cabo de las Tormentas provocaron hace unos meses que uno de los clavos ferrosos del mástil saltara de su sitio y sin perder su espacio, se dedicara a diseccionar por la mitad todo lo que los vientos traían a su paso.
Este valioso espirado tomó la manía de engancharse en la bandera pirata y justo rasgaba la tela negra a la altura de la boca de la calavera, que sonreía deshilachada ante los caprichos de los vientos, cuidando -muy mucho- que sus dos tibias permaneciesen intactas y enlazadas, protegiendo así el pequeño espacio entre su mentón y la cruz ósea, donde dicen los marinos que habita el corazón de un león, grande cómo un mascaron de proa.
Cuando rugía el mistral el clavo suelto hacía gritar de dolor a las velas y su arañazo al rasgar era tan metálico como el de la fabricación de los paños para limpiar la plata, cuadritos reciclados de sábanas frías en aquellos hilos de mi infancia, a la que volvía haciéndome un ovillo, cuando notaba la intensidad del daño en los cambios de las estaciones.
A veces, durante la noche, -cuando más soplaba el viento y el crujir de telas se adentraba por los tablones del camarote- me asaltaba el sueño en el que me hacía perdido en medio de un pasillo con un suelo negro de cuadros blancos y donde una antigua nodriza rasgaba sábanas usadas para hacer pañales.
Avanzaba descalzo por un distribuidor de paredes de hojaldre con capas de cal y salitre y mis sentidos ciegos se movían en dirección a la procedencia del llanto de un niño sin consuelo. La desesperación por calmar los sollozos me lanzaba sonámbulo por la cubierta del barco y, a punto de la zozobra, alcanzaba a cruzar hasta la cocina, gateando asía con mi mano la leche caliente y alimentadora.
A veces, sin pedirlo, el viento se apiadaba de mí y por fin me despertaba sudando en el puente de mando y borracho de soledad tomaba conciencia de mi jerarquía de capitán lúcido de esta máquina de variables. Descubría una vez más, que era aquel clavo loco el que cortaba las velas de los sueños, frustraciones que se extendían por toda la tripulación, que andaba ojerosa e insomne por el cantar de tanta tela rota.
Así que tomé nota y en la formación de la mañana descubrí que la puntilla era capaz de despertar en sueños los miedos más privados y los aciertos más indeseables.
Con lo que busqué en mi catálogo de soluciones y decidí identificar el espacio exacto de la ubicación del metal para calcular con precisión el vacío que sumaba. Ahora liberada ya la espina del mástil he dejado al aire el hueco exacto donde pueda anidar uno de estos días un pájaro blanco.

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